domingo, 22 de mayo de 2011

Muerte Natural

José apenas acaba de comenzar la jornada. Sus compañeros le zarandean para que se espabile y salga del Jeep: ya han llegado al lugar de trabajo. José siempre aprovecha esos minutos, a veces horas, que dura el desplazamiento hacia el tajo, para recuperar el escaso sueño de la noche anterior. Sale del vehículo y se dirige a la parte posterior del mismo, con un andar pesado debido en parte al cansancio, y a las incómodas botas de seguridad.

Tal vez debido a la monotonía adquirida tras ya casi 15 años de trabajo, José no se da cuenta de la belleza del lugar en el que se encuentra. Se trata de una pradera de un verde intenso, salpicada por las primeras flores de la primavera, donde hasta no hace mucho tiempo, pastaban asturianas y tudancas. Las suaves laderas que rodean la pradera, sostienen una imponente masa de hayas y tejos, que mecen sus ramas a merced del viento. Y es precisamente este, el único sonido que rompe el silencio del lugar.

- Bien, vosotros estaréis al norte de la cuadrilla de Carlos- dijo el capataz.- Es una corta a hecho, el área marcada en el mapa debe quedar limpia. El almuerzo será a las 11, y este será el punto de reunión. Coged las herramientas y subamos.

Los peones toman las herramientas y las pesadas mochilas de la parte trasera del Jeep. Toman aire para iniciar la subida con tan pesada carga, e inician la caminata ascendiendo por la ladera.

- José, tú que tienes más experiencia, empieza por ese árbol de ahí- dijo el capataz.

José se dirige al árbol indicado, y deja su mochila al pie. Se coloca las protecciones, y toma la motosierra en una mano. Allí, de pie, observa las descomunales dimensiones del milenario tejo. “¿Cuándo llegará el almuerzo?”, piensa para sí.

*** 

“¡Qué miras, insignificante humano? Ah, deduzco tus intenciones por el extraño artefacto que portas, instrumento de exterminación de todos mis hermanos. Pues has de saber que no eres el primero que se encuentra ahí, muchos otros han pisado el suelo que tú ahora pisas. Pero sí, tú eres el primero que me observa desafiante. Tú, maldito humano, ignoras que lo que vas a llevar a cabo no es acabar conmigo, sino cortar tu propia historia. Mi final llega, en unos minutos caeré a tus pies como un simple montón de madera, ironías de la vida, cuando durante siglos han sido los humanos los que he visto morir a los míos, enzarzados en guerras que sólo para ellos tienen sentido. Defendiendo un pedazo de tierra, defendiendo unos ideales, defendiendo una religión o simplemente su honor. Y yo ahora soy el que caeré ¿Cuál es la razón para este atropello? ¿Por qué se os hace ahora molesta mi presencia? Con mi densa copa, he dado sombra a los pensamientos de sabios y pastores. Muchas son las ideas que yo he arropado, muchos son los sueños que bajo mis ramas he acunado. Mi tortuoso cuerpo ha sido un faro de guía de muchos viajeros, que por delante de mí han pasado. Unos hablaban en castellano, otros en árabe, otros en latín y otros en lenguas aun más antiguas, que tú ni siquiera sabes que existieron. Algunos me han puesto nombres que ahora ya no recuerdo, y otros han rezado sobre mi tronco al encontrarse en mi presencia próximos a la bondad de su Dios.

>>Sois una especie realmente asombrosa. Capaces de hacer bellos logros…y cometer las más terribles barbaridades. He visto a poetas componer los más hermosos versos…y soldados degollar a su enemigo con crueldad en sus ojos. Y ahí está la respuesta a mis preguntas. La razón de mi muerte. La sinrazón de la naturaleza humana. Os arrepentiréis. No sólo de mi desaparición, ni de la del resto de mis congéneres de la ladera. De todo. La especie elegida de Gaia se ha vuelto codiciosa, y ha perdido el don de la inteligencia. Ignoráis que los árboles somos los pastores del agua, a la que amansamos para que no arrase vuestras casas y la guardamos para que nunca os falte. Que somos el escudo que hace frente al viento y lo doblega antes de que os arrolle. Que custodiamos la tierra que os sustenta. Y lo más importante de todo: que sois vosotros la parte prescindible de Gaia.

>>Haz tu trabajo, leñador, no demores más mi muerte. Ya he vivido lo suficiente y no quiero ver vuestro inevitable final. Porque ni aun cuando vuestra hora os llegue, comprenderéis lo que habéis hecho ni aceptaréis vuestra responsabilidad. Triste final para quien ha tenido el mundo a su merced. E inevitable.”

*** 

José arranca la motosierra e inicia el corte en cuña. Mientras, piensa en que tal vez las cosas le vayan mejor, y en un futuro él pueda llevar a su mujer y a sus hijos a esquiar a esta pista que él ha contribuido a hacer. Será un bonito lugar en el que pasar las vacaciones.

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